El
Caribe, como toda la América española, sólo podía comerciar con España, y
España no podía suplirlo de los artículos manufacturados que necesitaba,
y, lo que es peor, ni siquiera podía adquirir todo lo que el Caribe producía.
Por otra parte, esa misma producción tenía que sujetarse a las órdenes del
monopolio; y así, el Caribe podía producir únicamente ganado, tabaco, azúcar,
metales, maderas y los renglones agrícolas que él mismo consumía. No hay
consonancia de que en los territorios del Caribe se tejiera un metro de tela,
se hiciera un pedazo de jabón, se fabricara una plana de albañil o un machete
para las labores del campo. El papel de la región, en el orden económico, era
proporcionarle a España algunos metales, pieles de res, sebo, madera, tabaco y
azúcar. Pero el Caribe necesitaba jabón, telas, vinos, aceite, instrumentos de
labranza y trabajo, y España no podía servirlos, por lo menos en la cantidad
que hacía falta.
En
el año de 1545 América pasaba por una escasez tan grande de artículos de
consumo, que el total de mercancías pedidas por los comerciantes americanos no
podía ser servido en menos de siete años. Como debemos suponer, al Caribe le
tocaba su parte proporcional en esa falta de productos. La escasez, desde
luego, hacía subirlos precios a niveles escandalosos, y si se presentaba un
buque francés, inglés, holandés o portugués con mercancías a buenos precios,
los habitantes de América trataban con él. Al principio había miedo de violar
las disposiciones reales y entonces operó el contrabando forzado; pero después
se impuso la ley de la necesidad, y los pueblos comerciaban con los
contrabandistas, exponiéndose a lo que pudiera sucederles. En pocas palabras,
las burguesías holandesas, inglesas y francesas se apoyaban en los mismos
pueblos españoles del Caribe para llevar a cabo su lucha contra el monopolio
estatal de España. Comenzaron destruyendo el miedo de esos pueblos y de las
autoridades al poder español usando toda suerte de amenazas, pero una vez
disipado el miedo actuaron protegidos por la superioridad de su producción de
bienes de consumo, por sus mejores condiciones comerciales y por la necesidad
de que los que negociaban con ellos.
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