Los bucaneros establecieron en el oeste de Santo
Domingo una sociedad única en la historia del Occidente moderno; una sociedad
libre, sin códigos, sin autoridades y, sin embargo, tranquila; algo
extraordinario en una época de violencias como era el siglo XVII y en una
frontera imperial disputada a cañonazos por varios países, como era el Caribe.
Hasta ahora, ni los historiadores ni los sociólogos han visto a la sociedad
bucanera tal como fue, y la confunden con la sociedad filibustera, a pesar de
que entre una y otra había una enorme diferencia, como del día a la noche. Es
verdad que las dos nacieron a un tiempo, pero la segunda, que hasta cierto
punto fue hija de la primera, era una hija que tenía muy poco en común con la
madre.
La sociedad bucanera no se dedicaba a la guerra ni
tenía nada que ver con ella. Su actividad se limitaba a matar reses, secar los
cueros, cazar cerdos para alimentarse y secar la carne sobrante para venderla,
junto con las pieles de res, a los buques de comercio y de corso. La sociedad
filibustera, en cambio, estaba compuesta por hombres de armas, fieras de mar.
Los filibusteros del Caribe fueron los verdaderos piratas; no lo fueron los
corsarios del siglo anterior, Hawkins, Drake y otros de su estirpe. El corsario
era un soldado del mar que servía los intereses de su país. Pero el filibustero
no tenía patria. El filibustero mataba para robar. El filibustero era un hombre
en guerra contra la humanidad.
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