La contaminación petrolera del Amazonas está modificando la
composición química del agua
Por
cada barril de petróleo producido, las empresas extraen hasta 98 barriles de
agua de formación que han sido vertidas directamente al suelo y a los ríos de
la selva tropical de la amazonía norte peruana desde 1972 hasta 2009. Estas
aguas de formación contienen niveles de cloruro 13.379 veces superiores a las
aguas de los ríos amazónicos, mientras que los índices de cromo están
multiplicados por 67, los de cadmio por 40, los de plomo por 31 y los de bario
por 22.
Los investigadores estiman que dichas actividades petroleras han vertido al
cauce de los ríos una media de 5 toneladas de plomo al año, 8 toneladas de
cromo hexavalente, así como 3,7 de toneladas de sal al año. Estas grandes
concentraciones de metales pesados y sales están modificando la composición
química de las cabeceras de los ríos del Amazonas y alterando uno de los
ecosistemas más preservados y naturales del mundo. “Se estima que en la
actualidad, las aguas del río Amazonas superan en un 30% su concentración
natural de sales”, indica Rosell.
Esta contaminación local fruto de la actividad hidrocarburífera tiene una
implicación suprarregional y transnacional muy amplia, ya que los vertidos en
las cabeceras de los ríos (principalmente el Corrientes y el Tigre) impactan en
las zonas más bajas del Amazonas. Así pues, la polución se extiende a miles de
kilómetros de ríos, sedimentos y suelos, dando lugar a la bioacumulación de
metales pesados en peces, animales y las personas que se alimentan de la pesca
fluvial y de la caza de animales que ingieren aguas de formación en un intento
de suplir la carencia de sales minerales que presenta su dieta habitual.
La
selva amazónica en la actualidad no solo se ve afectada con problemas
ambientales, sino que también amenaza la salud de las personas que ahí
habitan.
La
Amazonía es considerada como el pulmón y el cobijo del continente
suramericano, debido a que ocupa el 40 por ciento de todo el territorio, sin
embargo en la actualidad se ha visto afectado por la deforestación, minería
ilegal y contaminación de los ríos.
La selva
amazónica se extiende por nueve países, entre ellos Perú, Brasil, Bolivia,
Venezuela, Ecuador, Guayana Francesa, Guayana y Surinam.
Las
comunidades indígenas que actualmente habitan en la selva amazónica también se
han visto afectadas por las amenazas ambientales, tal es el caso de la
contaminación de las aguas por los botes de petróleo.
Pero una
de las peores consecuencias, es la de perder tanta biodiversidad. Ya que muchas
especies de plantas y todo tipo de vegetación como animales que allí se
encuentran algunas ni siquiera han sido investigadas por lo que se desconoce la
riqueza potencial existente que servirían para producir vacunas, medicamentos y
diversos productos que pueden mejorar la calidad de vida de las personas.
Es vital
regular, limitar y controlar como se realiza la explotación de esta riqueza
natural, para garantizar su supervivencia.
Planificar y desarrollar un desarrollo
sustentable que brinde recursos económicos sin poner en peligro el futuro del
planeta es la única manera de proteger este ecosistema y mantener el equlibrio
ambiental
Los investigadores estiman que dichas actividades petroleras han vertido al cauce de los ríos una media de 5 toneladas de plomo al año, 8 toneladas de cromo hexavalente, así como 3,7 de toneladas de sal al año. Estas grandes concentraciones de metales pesados y sales están modificando la composición química de las cabeceras de los ríos del Amazonas y alterando uno de los ecosistemas más preservados y naturales del mundo. “Se estima que en la actualidad, las aguas del río Amazonas superan en un 30% su concentración natural de sales”, indica Rosell.
Esta contaminación local fruto de la actividad hidrocarburífera tiene una implicación suprarregional y transnacional muy amplia, ya que los vertidos en las cabeceras de los ríos (principalmente el Corrientes y el Tigre) impactan en las zonas más bajas del Amazonas. Así pues, la polución se extiende a miles de kilómetros de ríos, sedimentos y suelos, dando lugar a la bioacumulación de metales pesados en peces, animales y las personas que se alimentan de la pesca fluvial y de la caza de animales que ingieren aguas de formación en un intento de suplir la carencia de sales minerales que presenta su dieta habitual.
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